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Dr. Pablo Martínez Vila |
«El
justo por la fe vivirá»
«El justo por
la fe vivirá»: una frase, seis palabras, lo que hoy llamaríamos un «tweet»,
constituyen el resumen por excelencia de la Reforma y una síntesis del
Evangelio. De ahí el título de esta reflexión: «El tweet más
importante de tu vida».
Este texto se repite cuatro veces en la Biblia (Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38)
lo cual ya nos da a entender que estamos ante un principio realmente
importante: la fe es esencial para la vida.
Este versículo
fue el motor espiritual y teológico de la Reforma. Durante la preparación de un
sermón sobre la epístola de Pablo a los Romanos, Lutero tuvo una experiencia
llamada «Experiencia de la torre» en el año 1519.
Escribe
Lutero al respecto:
«Al fin por la misericordia de Dios, meditando día y noche
en este versículo ("El justo por la fe vivirá") sentí que nací
completamente de nuevo y que había entrado al Paraíso mismo atravesando sus
puertas abiertas. En este momento se abrió delante de mí un nuevo rostro de las
Escrituras».
Con esta frase
estamos a la vez ante un compendio formidable del Evangelio y la semilla
bíblica que dio lugar al gran avivamiento de la Reforma con todas sus
consecuencias espirituales y sociales. No es exagerado afirmar, por tanto, que
estamos ante el mensaje corto -el tweet- más importante de la vida.
Para entender
bien este mensaje vamos a compararlo con un árbol: tiene un tronco -«por la
fe»- el meollo del árbol, y dos grandes ramas, las consecuencias vitales: «el
justo» - «vivirá».
Veremos en
especial el tronco y, algo más someramente, las dos ramas:
POR
LA FE
Constituye el
meollo del texto, el tronco del árbol. ¿Qué es la fe?
La
fe cristiana no es un asunto de creer en algo, sino de creer en alguien. La pregunta clave no es qué creemos,
sino en quién creemos. Decía el apóstol Pablo: «Yo sé
a quién he creído» (2 Timoteo
1:12). El objeto, el destinatario de la fe es un ser vivo, el Dios
personal revelado en la Biblia y encarnado en Jesucristo, no una fuerza
abstracta o impersonal. Creer es mucho más que tener una creencia.
¿En qué
consiste en la práctica esta fe? La fe implica tres pasos. Son exactamente los pasos de
toda relación de amor y se corresponden, a grandes rasgos, con
la experiencia espiritual de Lutero y las conclusiones que cimentaron la
Reforma: Sola fide (Sola fe); Sola Scriptura (Sola
Escritura), Sola gratia (Sola gracia).
- La fe es conocer
- La fe es confiar
- La fe es comprometerse
Estos tres
pasos progresivos, propios de una relación de amor, los encontramos también en
la fe cristiana:
La
fe es CONOCER a Dios a través de su Palabra
Al cristiano le
es dado el privilegio singular no sólo de creer en Dios, sino de
conocer a Dios. Hay un elemento imprescindible de experiencia vital,
personal. Ello es así porque la fe no es sólo una ideología (no
somos cristianos culturales), o sólo una religión (dogma y
ritos), la fe es sobre todo una relación: una relación personal con
Cristo. Para el creyente Dios no es un «ello», ni tampoco un «él»,
Dios es el «tú» cercano tan bien descrito en la primera frase
del Padrenuestro: «Padre nuestro que estás en los cielos...» (Mateo 6:9).
Por así decirlo, la fe nos permite hablarle de tú a Dios. Jesús lo
resumió en esta frase tan decisiva: «Y esta es la vida eterna, que te
conozcan a ti el único Dios verdadero» (Juan. 17:3).
¿Cómo podemos
conocer a Dios? A Dios lo conocemos, de entrada, por su revelación
verbal, la palabra escrita. La experiencia espiritual del cristiano arranca
de la fe en la Palabra (Sola Scriptura), la convicción
plena de que la Biblia es palabra de Dios. Este fue el primer paso de Lutero:
se aplicó en leer y leer la Biblia, en especial la epístola a los Romanos.
La
fe es DESCUBRIR la gracia de Dios en Cristo y apropiarse de ella
El conocimiento
va seguido de la confianza, la fe en la Palabra lleva a la fe en la gracia (Sola
gratia). Toda relación de amor implica confianza. Éste fue el
segundo paso en la experiencia de Lutero (como ampliaremos después). La
revelación de Dios alcanza su máximo esplendor en Cristo, la
Palabra por excelencia, el Verbo. Cristo es «la imagen del Dios invisible» (Colosenses).
Descubrir y apropiarme de la gracia de Dios en mi vida supone confiar en
que Cristo no sólo murió, sino que murió por mí. La gracia de
Cristo en la cruz es el centro y clímax de la fe. «Puestos los ojos en Jesús,
el autor y consumador de la fe… considerad (descubrid) a aquel que
sufrió tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo» (Hebreos 12:2-3).
La
fe es RESPONDER al amor de Dios en Cristo con mi amor
La confianza
lleva al compromiso, el tercer elemento necesario en una relación
de amor. La cruz de Cristo me hace entender que Dios ya ha dado el primer paso
y que ahora me toca a mí responder. En este sentido, el cristianismo es
lo opuesto a una religión: cualquier religión va de abajo arriba, es el
conjunto de esfuerzos que el ser humano hace por llegar a Dios; la fe cristiana
es exactamente lo opuesto: va de arriba abajo, es el conjunto de esfuerzos que
Dios ha hecho por llegar al hombre.
Un ejemplo histórico
de este compromiso que nace en respuesta al amor de Dios lo encontramos en el
conde Nicolaus Ludwig Von Zinderdorf (siglo XVIII), quien se sintió
profundamente impresionado por un cuadro de Stenberg, una imagen de Cristo
crucificado, con una inscripción al pie que decía: «Esto hice yo por ti, ¿qué
has hecho tu por mí?». En respuesta a esta pregunta la vida de Zinderdorf
cambió y fundó la comunidad de los Hermanos Moravos, un movimiento de despertar
espiritual con gran influencia en su época.
EL
JUSTO
La primera
consecuencia de la fe es que nos hace justos delante de Dios.
Estamos ante la primera gran rama del árbol.
El apóstol
Pablo lo expresa en términos muy positivos: «Justificados pues por la fe
tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos
5:1). La fe produce una limpieza moral imprescindible «por cuanto no
hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:10),
todos somos pecadores. Ahí está uno de los puntos clave de la Reforma: la
gracia nos limpia del Pecado por un mecanismo de transferencia. Lutero lo llama
«el dulce y maravilloso intercambio»: al creer, el pecado se transfiere a -se
carga sobre- Cristo y la justicia de Cristo es transferida al pecador. Por la fe
el pecador es declarado justo, aunque todavía no es perfecto (simul justus
et peccator).
Además, muy
importante, la justificación ante de Dios nos capacita para vivir justamente-
con justicia-ante los hombres. Al elemento moral y personal le sigue la dimensión
social y comunitaria de la fe. El orden es importante: la auténtica
justicia empieza por la justificación ante Dios. La ética cristiana
arranca, nace de la fe, no es un mero humanismo que busca construir al hombre a
partir del hombre. La justicia entre los hombres sólo es posible a partir de la
justificación ante Dios.
VIVIRÁ
La segunda
consecuencia de la fe es la vida. ¡Ahí es nada! La fe genera vida. En la
segunda gran rama hallamos una promesa de vida, por tanto una palabra
de esperanza. ¡Qué importante es tener esperanza en un mundo que anda a
tientas en medio de tanta oscuridad!
La fe es
esencial para la vida aquí y ahora, pero también en el más allá, después de la
muerte. Veamos en más detalle cuán fecunda es esta rama.
Vida
aquí y ahora: plenitud de vida
Dijo Jesús en
una de sus citas más memorables: «He venido para que tengan vida y vida en
abundancia» (Juan. 10:10).
La palabra «abundancia» en el original significa superior, óptima, una vida de
calidad.
Tres ejemplos
nos ilustran cómo Jesús da plenitud de vida:
- La fe en Cristo ilumina.«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas...» (Juan 8:12).Su luz proporciona un profundo sentido de la vida y da significado a la persona (identidad). Sustituye el desesperanzado grito «vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Eclesiastés) por un exultante «plenitud de plenitudes, todo es plenitud», en acertada expresión de Unamuno.
- La fe en Cristo transforma.«Si alguno está en Cristo nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).Su poder ha cambiado y sigue cambiando las vidas de millones de hombres y mujeres. En frase del conocido cantante Bono de U2, «no me cabe en la cabeza que un hombre ordinario, o un enfermo, haya transformado la vida de tantas personas».
- La fe en Cristo restaura.Su gracia da fuerzas y restaura a los más débiles, a los pobres en su sentido más amplio. Jesús ha sacado del pozo de la miseria existencial a miles de marginados de la sociedad porque Él nunca «quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo que humea» (Isaías 42:3) «Mi gracia te es suficiente pues mi poder se hace perfecto (completo) en la debilidad» (2 Corintios 12:9).
La fe en Cristo vivifica
personas, pero también transforma la sociedad.
El mejor ejemplo es el que
hoy estamos conmemorando: la Reforma Protestante. Sobre todo por la
difusión de la Biblia -la espada afilada que destruyó oscurantismos medievales-
tuvo una gran repercusión en la sociedad de su tiempo y también en los siglos
posteriores. Por cierto, ésta es una asignatura pendiente en la historia de
España: no haber tenido nunca la extraordinaria influencia de la Biblia sobre
la cultura y la vida del país. Con la Reforma todas las esferas de la vida,
incluyendo la economía y la política, recibieron el impulso de una fe viva y
renovada. Testimonio histórico de ello nos lo dan músicos como Bach,
Mendelssohn y Händel, pintores como Durero y Rembrandt, y una larga lista de
científicos, filósofos y políticos que experimentaron la plenitud de vida que
da la fe.
Vida
en el más allá: la vida eterna
La vida que
surge de la fe no se acaba aquí, sigue después de la muerte. De hecho, es
entonces cuando alcanza su cenit, su máximo esplendor.
Jesús dijo: «El
que oye mi palabra, y cree al que me envió (Dios), tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación pues ha pasado de muerte a vida» (Juan. 5:24).
Trascendentales palabras, una promesa de vida eterna. Mi destino eterno después
de la muerte depende de este tweet: la fe es esencial para la vida
aquí, pero sobre todo para la vida en el más allá. De ahí nuestro título: El
tweet más importante de tu vida. Préstale atención, medita en
él.
No quiero concluir con mis propias palabras, sino con las de Jesús mismo, con una cálida metáfora, una invitación a cenar juntos:
«He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz
y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3:20).
Jesús no fuerza la puerta; espera a que yo la abra. Si así lo hago, comienza esta relación de amor, esa fe que nos hace justos y que nos da vida para siempre.
Fuente: http://www.pensamientocristiano.com
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