Cuando se lee ese tema o
alguien va a hablar sobre el valor de la mujer; es lógico que a nuestra mente
lleguen episodios en la Biblia que contengan ejemplos de mujeres piadosas, de
mujeres santas, de mujeres que marcaron la diferencia por su buen
comportamiento. Es lo más lógico que alguien puede pensar cuando se trata de
valor de alguien sobre todo de la mujer.
Inmediatamente uno tiene que pensar en mujeres ejemplares como Sara,
Rebeca, Débora, Ruth, Ana, María, entre otras. Porque para la sociedad, en
nuestro paradigma social; la persona que no ha cometido errores es la persona
más ideal para utilizarla como ejemplo.
Quizás veas a alguien e
inmediato la etiquetes como alguien que no es ejemplar. Es probable que la señal,
por el simple hecho de que esa persona haya tenido algún tropiezo o un fracaso.
Muy especialmente a las mujeres, que son los sujetos más golpeados a través de
la historia, principalmente en las sociedades hebreas. La sociedad hebrea era
extremadamente machista y ese espíritu ha trascendido para seguir golpeando al
ser más importante y amoroso que Dios ha creado.
Ese espíritu ha golpeado
tanto a nuestras congregaciones, que la mayoría de las normas van en detrimento
de la mujer. Se observa mucho la estética femenina dentro de nuestras supuestas
“doctrinas”, muchos mandamientos de hombres que son copias repugnantes de ese
judaísmo excluyente.
Por eso es importante
conocer a Dios, porque el que conoce a Dios no tiene esas lagunas doctrinarias.
El que conoce a Jesús sabe que Dios no es excluyente. Sabe que el Rey de Reyes
y Señor de señores no es excluyente, en cambio, el vino para que tengamos vida
y vida en abundancia.
Un ejemplo de que Jesús
no era excluyente y que valoraba el sexo femenino, lo está en su genealogía.
Los reyes de la antigüedad, en su genealogía destacan en ella figuras notables,
hombres y mujeres ejemplares. No hay en la tierra un monarca que quiera exhibir
entre sus ancestros a gente de dudosa reputación y mucho menos mujeres.
Sin embargo, la mente de
Jesucristo no es igual, en Mateo 1: 1-3, 5-6, 6, leemos:
Libro de la genealogía de
Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
1:2 Abraham engendró a
Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos.
1:3 Judá engendró de
Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram.
Saltamos al 1:5 Salmón
engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isa.
1:6 Isaí engendró al rey
David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías.
Saltamos al 1:16 y Jacob
engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.
Lo excepcional de este
texto es que nos muestra entre los antepasados de nuestro Señor Jesucristo a
cinco mujeres, incluyendo su madre. Todas ellas presentan características
notables. Pero las cuatro primeras se destacan no necesariamente por su
ejemplaridad, sino porque eran mujeres que conocían el dolor, mujeres
despreciadas socialmente, mujeres que podrían no ser consideradas dignas de
integrar una genealogía tan excelente como la genealogía del gran Dios y
Salvador Jesucristo.
Estas cinco mujeres representan
ampliamente características de lo que puede ser socialmente cualquier mujer,
incluye no sólo mujeres santas, sino también mujeres ambiciosas, mujeres
meretrices, mujeres con fracasos en el amor, mujeres en desamor, mujeres
astutas. Todas las mujeres están representadas en las cinco que menciona Jesús,
con la finalidad de que se pudiera destacar que Jesucristo se identifica con
todas y su gran valor ante el reino de Dios.
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